En la navidad hay paz y amor
Tal vez el mejor adorno de navidad es una gran sonrisa
Si no sabes qué regalar a tus seres más queridos en Navidad, regáleles tu amor.
Si no sabes qué regalar a tus seres más queridos en Navidad, regáleles tu amor.
A veces, de tanto hacer algo, se nos olvida porqué lo hacemos o para qué sirve. Algo así nos puede pasar con la Navidad. Tanto nos la promueven, tanto nos la recuerdan los medios y la publicidad, que corremos el riesgo de olvidar o, por lo menos, diluir su significado. Por eso, vale la pena detenernos un momento y recordar que significa esta fecha y de qué manera la estamos viviendo.
Es, claro, una celebración de la familia, donde nos reunimos y la pasamos lo mejor posible; convivimos y recordamos esas viejas historias de familia que tanto significan. Y también es la celebración de qué, al nacer Jesús, pasamos a ser parte de la familia del mismo Dios.
Por supuesto, es una celebración de los niños, a los que les llegan misteriosamente regalos y donde se juega el juego amoroso de buscar los juguetes para ver si los Santos Reyes de veras existen. También es la fiesta de todos, porque todos, en algún rincón de nuestra alma, no dejamos de ser niños. Pero, sobre todo, celebramos al más importante de todos los niños, al Niño Jesús, que nació como el menos importante de los niños y llegó a ser el más importante de los hombres, Dios hecho hombre.
Celebramos la ocasión de poder demostrar a los amigos nuestro aprecio, nuestro cariño, la posibilidad de intercambiar regalos. Aquí, posiblemente, es donde más han influido el comercio y los medios para hacernos sentir mal si no damos un regalo, entre más caro, mejor. Pero, exageraciones aparte, no deja de ser valioso el celebrar la generosidad y el cariño de una manera concreta. Y con esto, posiblemente sin ser conscientes, celebramos el mayor de todos los regalos: Dios Padre, regalándonos a su Hijo para que nos salváramos del pecado y de la muerte.
Es, claro, una celebración de la familia, donde nos reunimos y la pasamos lo mejor posible; convivimos y recordamos esas viejas historias de familia que tanto significan. Y también es la celebración de qué, al nacer Jesús, pasamos a ser parte de la familia del mismo Dios.
Por supuesto, es una celebración de los niños, a los que les llegan misteriosamente regalos y donde se juega el juego amoroso de buscar los juguetes para ver si los Santos Reyes de veras existen. También es la fiesta de todos, porque todos, en algún rincón de nuestra alma, no dejamos de ser niños. Pero, sobre todo, celebramos al más importante de todos los niños, al Niño Jesús, que nació como el menos importante de los niños y llegó a ser el más importante de los hombres, Dios hecho hombre.
Celebramos la ocasión de poder demostrar a los amigos nuestro aprecio, nuestro cariño, la posibilidad de intercambiar regalos. Aquí, posiblemente, es donde más han influido el comercio y los medios para hacernos sentir mal si no damos un regalo, entre más caro, mejor. Pero, exageraciones aparte, no deja de ser valioso el celebrar la generosidad y el cariño de una manera concreta. Y con esto, posiblemente sin ser conscientes, celebramos el mayor de todos los regalos: Dios Padre, regalándonos a su Hijo para que nos salváramos del pecado y de la muerte.
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